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La soledad no se jubila, pero sí envejece

Laura Cortés Betancur / laura.cortesb@udea.edu.co

20 de noviembre de 2024

En Colombia, 15 de cada 100 personas mayores de 60 años viven solas y sin quien las cuide. Estas son las historias de Marina, Ramón y Diana; quienes atraviesan distintas formas de vivir la vejez en soledad. 

Intervención: Laura Cortés Betancur.

“Lo más difícil fue cuando empezó a perder la memoria. Cuando nos conocimos, él era un hombre que rebosaba de saberes. La enfermedad se llevó muchos de sus recuerdos y a él lo ponía triste no recordar las palabras que quería utilizar en las conversaciones. A mi esposo, que era un apasionado de las letras y del conocimiento, le faltaban las palabras”, cuenta Marina, una mujer que vivió 55 de sus 84 años al lado de Isidoro, el amor de su vida.


Según cifras del DANE del 2021, se estima que en el país hay 7.107.914 de personas de 60 años o más; esto equivale al 13,9 % de la población colombiana, y se calcula que para el 2070 la cifra será del 32 %. Misión Colombia Envejece (un proyecto que analiza el impacto del envejecimiento de la población en áreas como salud, pensiones y cuidados), calcula que la cifra de adultos mayores que viven solos y no reciben ningún cuidado es del 15.6 %, como es el caso de Marina.


Marina Ángel Chavarriaga e Isidoro Gómez se conocieron en 1969 cuando sus amigas los presentaron, ella estudiaba Psicología en la Universidad Santo Tomás de Bogotá y él era profesor de la Universidad Javeriana. Marina cuenta que con Isidoro su vida empezó a tener una música diferente. Dice que desde que lo conoció no tiene malos recuerdos: “Obviamente a veces discutíamos y teníamos nuestras diferencias, pero con él todo fue felicidad, un buen hombre, mi Isidoro”.

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Grabación y edición: Laura Cortés Betancur.

Tres años antes de conocer a Isidoro, Marina había logrado salir de la época más turbulenta de su vida, cuando en 1966 pudo alejarse de su primer esposo, con quien se casó cuando ella tenía 16 y se fueron a vivir a España. “En mis tiempos no existía eso de adolescencia, uno pasaba de niña a adulta. A mis 18 años ya tenía mi primer hijo, a los 19 el segundo, a los 20 el tercero y a los 22 el cuarto y fue lo único lindo que quedó de ese matrimonio, estuve casada con un hombre malo”.

Marina e Isidoro se conocieron en 1969. Él era un español tres años mayor que ella, quien, según cuenta, la hizo sentir joven por primera vez. “Cuando él llegó a mi vida me di cuenta de lo feliz que podía ser y me dediqué a pasar bueno”, recuerda. Ella lo conoció a los 29, pero no se pudieron casar sino hasta 1976, cuando ella ya tenía 36 años, debido a los complicados trámites que solicitó la Iglesia para anular su matrimonio anterior. Empezaron a viajar por América y algunos países de Europa y África, y tuvieron una hija llamada Natalia. 

Se casaron en 1976, tuvieron una hija que se llama Natalia quien actualmente vive con su esposo e hijos en Paraguay. Viajaron por América y finalmente se establecieron en Medellín. “Hace 17 años vivimos en esta casa. La escogimos porque es como una finca, rodeado de naturaleza y montañas, pero con la cercanía, la seguridad y los buenos vecinos”. Su casa queda en una urbanización cerrada ubicada en San Antonio de Prado, un corregimiento de Medellín. 


Una casa para envejecer

El lugar donde se pasa la vejez tiene un gran impacto en cómo se vive ese periodo de la vida y más cuando no todas las personas pueden hacerlo en casa. Según Misión Colombia Envejece, en 2020 el 70,7 % de las personas mayores que requerían cuidado, lo recibían por parte de una persona de su mismo hogar. Además, el cuidado remunerado representa únicamente el 5,6% del total nacional. 

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Grabación y edición: Laura Cortés Betancur.

Ramón Quiroz Aguirre es un hombre de 72 años con un llamativo sentido del humor. Decidió pasar el resto de su vejez en un centro gerontológico llamado 'La veranera de San José', en Caldas, Antioquia. Lo escogió porque quería algo campestre y que tuviera una atención más personalizada: “Yo no quería estar en un lugar con mucha gente y que pareciera un hospital, ahí sí me moría rápido”. 


Ramón quedó paralítico cuando tenía dos años debido a la poliomielitis. Estuvo casado y tuvo una hija, pero hace 36 años se divorció y desde entonces vive solo. El recibía apoyo de sus vecinos para hacer sus tareas diarias, pero cuando empezó a tener muchas dificultades para cuidarse y vio que ya no podía valerse por sí mismo, en marzo de 2024 decidió ir al hogar gerontológico.


Él asegura que la etapa de soledad más grande la sintió cuando vivió en la casa. Se quedaba afuera y saludaba a todos los que pasaban, pero no hacía mucho más allá de ver las carreras de ciclismo y los partidos de fútbol. Su hija vive en Miami y hablan por chat, y su hermano y su familia lo visitan en el hogar. Frecuentemente debe entretenerse por su cuenta y con la compañía de Chepe, el gatito que vive en el hogar, que lo sigue a todas partes. “Enfrento mi soledad con buen humor, así duramos más”, dice.


En el caso de Marina, en su casa vivían ella, Isidoro y su perrita Pina, una Shih Tzu que siempre los cuidaba. Salir a pasearla era parte de su ritual diario, se divertían caminando juntos por toda la urbanización, a veces daban varias vueltas al día. Era su momento en el que todo estaba en calma y solo importaban los tres. Los años generaron fuertes dolores de rodilla en Marina que terminaron en una operación y recuperación muy dolorosas. Isidoro comenzó a pasear a Pina solo, pero la mayor parte del tiempo parecía que ella lo paseaba a él. 


Cuando Isidoro empezó a enfermar, comenzaron una nueva tradición: sentarse en una silla afuera de su casa para tomar el sol, ver pasar a la gente o solo para tener un momento como los que tenía antes. Desde ese entonces y sin falta, estaban todos los días observando esa naturaleza por la que siempre disfrutaron pasear. 


Pina también empezó a tener otros comportamientos extraños que fueron aumentando con el paso de los meses. A tal punto que llevaba días sin comer, teniendo fuertes dolores en la boca, fruto de una infección en la encía. Luego de llevarla innumerables veces al veterinario, tuvieron que tomar la decisión más difícil. El 2 de octubre de 2022 Pina murió. “Mi Pinita estaba sufriendo mucho, ella ya nos había cuidado todos estos años. Cuando los veterinarios dijeron que no había nada más que hacer, supimos que debíamos librarla de su dolor, debíamos dejarla ir”.   

La compañía en la vejez

De acuerdo con este artículo del National Health Institutes (Institutos Nacionales de Salud) está comprobado el impacto que pueden tener las mascotas en la vida de las personas: “pueden reducir la soledad, aumentar los sentimientos de apoyo social y mejorar su estado de ánimo”. Todo esto las vuelve una excelente compañía para las personas mayores y es que de acuerdo a los datos de la OMS para el observatorio Our World in Data (Nuestro Mundo en Datos), la tasa más alta de suicidio en Colombia del 2021 corresponde a las personas mayores de 85 años con 21,3% y le sigue el grupo entre los 75 y 84 años con 11,1%.
 

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Grabación y edición: Laura Cortés Betancur.

Por esta razón es muy buena alternativa tener un animal de compañía, como los ha tenido Diana Mejía Montoya, una mujer de 49 años con síndrome Down, quien ha tenido diversas mascotas a lo largo de su vida, desde perros, gatos y hasta cabras. Hoy la acompaña Mirringa, una gata que ha estado con ella en los últimos años, los mismos en los que ha atravesado por un proceso de envejecimiento temprano y es que según este artículo de la Revista Médica Internacional sobre el Síndrome de Down, la vejez en las personas con el síndrome inicia alrededor de los 45 años.


Cuando la madre de Diana murió, en 1993, su padre empezó a vivir con Blanca, quien le hizo compañía hasta el año 2011 cuando Octavio murió. Desde ese entonces Blanca cuida a Diana, pero a sus 76 años también debe cuidarse a sí misma, porque hace un año le diagnosticaron Fibrosis pulmonar. Diana y Blanca se acompañan y se cuidan. Esto las convierte en parte del 74,8% de las personas mayores que son cuidadas por familia diferente a su pareja y en su propia casa, de acuerdo a los datos de la Misión Colombia envejece.


“Dianita”, como le dicen sus personas cercanas, siempre ha estado muy acompañada por su familia, tiene dos hermanas y un hermano. Pero ella ha sentido la soledad de otras maneras: ella soñaba casarse y tener una familia, también quería trabajar y por un tiempo quiso ser escritora. Hoy, de acuerdo con los datos de Gallup sobre soledad y aislamiento, el 22% de la población mundial entre 45 y 64 y el 17% de mayores de 65 dicen sentirse solos.


Afrontar la soledad en la independencia


Marina e Isidoro ya no podían salir como antes, pero disfrutaban mucho de su compañía. Se veían mucho con una de sus hijas, Connie, quien vivía en Amagá, Antioquia. Además, una de sus nietas, Laura, vivía en la misma urbanización y estaba pendiente de ellos, al igual que todos los vecinos. 


Isidoro empezó a tener dificultades de movilidad y otros achaques de la edad, pero lo que más le afectó fue la pérdida de memoria. Marina cuenta que se ponía muy triste cuando no lograba recordar una palabra o un lugar, porque admiraba el conocimiento y disfrutaba mucho conversar de cualquier tema. Pero cada día la casa estaba más en silencio. 


La casa permanecía muy silenciosa, pero nunca se perdió la chispa que 55 años atrás los había unido. “Nuestro amor nos mantuvo felices cada día, sin importar que tan difíciles fueran las otras cosas, estábamos decididos a amarnos y cuidarnos cada segundo, hasta el final”. A las 8:30 de la noche del 8 de enero de 2024, Isidoro, acostado al lado de Marina, sufrió un paro cardíaco y se despidió de su amor.


Al igual que cuando murió Pina, Marina estaba triste, impotente y sola. Ella había construido una hermosa familia y los vecinos fueron testigos del amor que irradiaban cuando estaban los tres juntos en su pequeña finca. La silla de la entrada ahora estaba vacía y la casa en silencio.
La ausencia de Isidoro a veces era abrumadora para Marina. Por esa razón intentaba mantenerse ocupada: cada fin de semana se veía con su hija, Connie, en su casita de campo en Amagá, a veces viajaba a Cali a visitar a su hermana y pasaba por fuera una o varias semanas. 


Al volver a casa intentaba mantenerse ocupada. Escuchaba audiolibros, hablaba con sus hijos y amigas, porque era su turno de cuidarse. Disfrutaba ser independiente. “El día que tú no tengas por qué luchar, ese día sabes que estás muy mal. Por ejemplo, yo lucho por mí misma, porque tengo que cuidarme”. 

 

***

El 24 de octubre Marina iba a encontrarse con su hija Connie, pero se empezó a sentir muy indispuesta. Como su hija se encontraba lejos, llamó a unos vecinos para que la acompañaran mientras ella llegaba. Para las 7 de la noche, Marina ya había tenido 6 paros cardiacos. Estaba en el suelo del cuarto de visitas, en el cual dormía desde que Isidoro falleció. Después de una hora se la llevaron en ambulancia al hospital. Pasó allá toda la noche y hasta el día siguiente, estuvo entubada e inconsciente la mayor parte del tiempo. 

Esa noche Marina logró despedirse por teléfono de algunos familiares y estaba serena con la posibilidad de morir, de hecho, en repetidas ocasiones dijo “yo estoy muy cansada, ya me quiero ir y estar con mi viejito” estas palabras generaron impacto en quienes la acompañaban, pero al mismo tiempo la tranquilidad de que Marina se iba en paz. Luego de un día difícil para ella y para su familia el 25 de octubre a las 9 de la noche, Marina falleció sola, internada en una UCI en la clínica Las Vegas de Medellín, mientras su hija Connie aguardaba en la sala de espera. Ahora su pequeña finca está en silencio, a oscuras y con la silla vacía. Pero llena de recuerdos, de paredes que fueron testigos de la familia que con amor construyó Marina. 
 

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