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Llegar del otro lado del mundo: dos caminos de reincorporación 

Ángela María Páez Rodríguez/ angela.paezr@udea.edu.co

23 de octubre de 2024

Ser firmante de un acuerdo de paz por el que la mayoría de los colombianos votó No conlleva un complejo proceso de reincorporación lleno de desarraigo, soledad, discriminación y miedo a ser asesinado. 

Ilustraciones: Jhojan Millán M. / @alverja.caricatura

Imagínese ser un paria en su propio país. Decirle sí a una idea de paz que otros discutieron, escribieron y acordaron. Iniciar el 2017 haciendo las maletas y recogiendo lo poco o mucho que acumuló en los años de militancia. Salir de la selva. Dar el primer paso a la legalidad. Vivir de creer en los acuerdos, de esperar que se cumplan y de confiar en la voluntad de los otros para ese cumplimiento. Algo así, con mucho más por contar, es la historia de Enith Moreno, Karen* y más de trece mil integrantes de las FARC que en 2016 firmaron el Acuerdo de Paz con el Estado colombiano.  

Enith Moreno es firmante de paz y lideresa de Medepaz, una asociación conformada por 115 firmantes que residen en Medellín y su área metropolitana. Llegó a la ciudad en 2018 debido al destierro del Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Vidrí, en Vigía del Fuerte, Antioquia. Se estableció allí para iniciar su proceso de reincorporación, pues durante su militancia recorrió una gran parte de la zona costera de Antioquia que limita con la selva del Chocó. 

El ETCR a donde llegó Enith se suprimió por decreto el 7 de junio de 2018, según el Gobierno, porque ya había cumplido su cometido inicial de facilitar la reincorporación a la vida civil. Sin embargo, esto no es lo mismo que cuenta Enith, quien asegura que la dificultad de acceso al lugar y los constantes riesgos de seguridad por la presencia de actores armados fue lo que más tuvo peso. Con este destierro inició la travesía de Enith por encontrar un lugar para establecerse.  

Por otro lado, está Karen*. Una mujer en sus treintas que llegó a Medellín en 2019 con el deseo de “vivir mejor”. A diferencia de Enith, Karen prefiere mantenerse en el anonimato. No es líder ni participa en ningún proceso asociativo con otros firmantes. Tomó esta decisión porque no quiere saber más de la guerra y cree que es la mejor opción para tener algún día una vida más o menos normal. 

Ella cuenta que se siente sola en la ciudad porque la vida que conocía estaba en el monte y no se siente capaz de confiar en la gente. Tuvo malas experiencias con personas que no están de acuerdo con los beneficios que se les dan a los firmantes: “Yo mantenía en mi cambuche (en el ETCR), pero algunas veces íbamos al pueblo, por una emergencia o cualquier cosa, entonces uno se encontraba allá con la gente que ya no tenía miedo, pero sí como un odio. Entonces le hablaban a uno de mala gana, tiraban las cosas o hacían comentarios feos para que escucháramos”. 

Karen recuerda que tuvo que hacerse la fuerte e ignorar todo ese maltrato. Fueron muchísimas veces, tantas que le faltarían dedos para contarlas. Esto la llevó a preferir el silencio, a preferir no contar quién es o de dónde viene. Se cambió el nombre al llegar a la ciudad donde se resguarda en su pequeña habitación desde la cual intentar vivir lo que ella llama “una vida más tranquila”.  

Mateo Rendón, director de la corporación teatral La Parla y magíster en Paz, Desarrollo y Ciudadanías, cuenta que en su experiencia trabajando con excombatientes y firmantes ha identificado el deseo al silencio como una forma digna de sanar y reincorporarse: “Estamos enfocados muy morbosamente en que los firmantes hagan ruido para existir y no es necesario, pues hay algunos y algunas que realmente están hastiados del ruido de la guerra. La guerra les ha hecho ruido de día, de noche, con bombas, con balas, con amenazas, con vacunas; y ellos quieren vivir es como una vida de musiquita bajita”. 

“Nos tocó explorar y conocer un mundo al que de pronto no estábamos acostumbrados a enfrentarnos. Llegamos ante todo a mirar cada uno cómo se iba a sostener, a tener una nueva vida y mirar a ver cómo nos íbamos a defender”.

-Enith Moreno.

La tardía reincorporación “integral” 

Es común que los relatos de excombatientes estén plagados de la palabra miedo. Tienen miedo de que no se cumplan los acuerdos, miedo al rechazo social, miedo a que sus familias sean violentadas, miedo a ser asesinados como ha pasado hasta ahora con 424 firmantes. Enith y Karen se acogen de distintas formas a la reincorporación, cada una vive en una realidad opuesta: la primera tiene un ritmo frenético de reuniones, actividades, viajes y conversatorios; la segunda, tiene un trabajo común en el que atiende personas. 

Luz Nelly Osorno Ospina, coordinadora del grupo territorial para Antioquia y Chocó de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), explica que, apenas en septiembre de 2024, luego de casi ocho años de la firma del Acuerdo, esa entidad emitió la resolución 2319, que regula el Programa de Reincorporación Integral (PRI), en reemplazo del Programa de Reincorporación Económica y Social que estaba en funcionamiento desde el 2017. El PRI estará vigente hasta el 2031.  

“Se ha cumplido con unas partes del proceso como una asignación mensual, lo de la alimentación, que tengan salud, educación, algunas ofertas de educación, pero el plan como tal es un rezago de gobiernos anteriores que no habían concertado con los firmantes el programa de reincorporación integral y que durante todo un año se concertó y se acaba de firmar la resolución”, explica Luz Nelly. 

Cuando se habla de un proceso de reincorporación integral se hace referencia a la posibilidad de garantizar todos derechos a los firmantes, es decir, se pretende que la reincorporación se logre en los ámbitos: social, político, comunitario y económico. Teniendo en cuenta factores transversales como la etnia, el género y que el firmante, en muchos casos, es una persona que tiene familia y llega a una comunidad que también necesita acompañamiento en el proceso. 

 

Dos rutas

Tanto Enith como Karen* cuentan que llegar a la ciudad fue desafiante. “Nos tocó explorar y conocer un mundo al que de pronto no estábamos acostumbrados a enfrentarnos. Llegamos ante todo a mirar cada uno cómo se iba a sostener, a tener una nueva vida y mirar a ver cómo nos íbamos a defender”, dice Enith.  

El proceso de reincorporación se puede llevar a cabo de dos formas: en la primera, la colectiva, los firmantes se establecen como una comunidad y se asientan en un territorio; en la segunda, la individual, cada firmante se establece de manera independiente donde lo desee. La institución encargada de acompañar esos procesos es la ARN.  

Como señala la regulación del PRI, una de las líneas estratégicas de la reincorporación es la social, dentro de la que se encuentra el acompañamiento para el bienestar psicosocial. Este incluye el “fortalecimiento de las redes de apoyo, vínculos significativos y entornos protectores libres de violencia”. Y es que la idea misma de la reincorporación sugiere la necesidad de hacer parte de un grupo social a otro grupo de personas que se consideraba por fuera de este, como si esas personas llegaran desde el otro lado del mundo, aunque siempre hayan estado aquí. 

Las dos decidieron hacer su proceso de reincorporación individual, pero cada caso ha sido distinto. Para Enith fue crucial el contacto con sus compañeros firmantes porque, por recomendación o experiencias de otros, pudo ver en qué barrio o municipio se instalaba. Sin embargo, no todo salió bien. Ella intentó vivir en el barrio París en el 2018, pero apenas llegó fue abordada por hombres que la interrogaron sobre quién era y de dónde venía. Temió por su seguridad y decidió no quedarse.  

Karen*, por su parte, llegó sola. Seguía recomendaciones de seguridad e intentó mantener un bajo perfil que le permitiera integrarse más fácil. “Para medio lograrlo, siempre me pegué de observar todo, intentar comentar lo menos posible. Casi que al principio ni hablaba, eso me ayudó mucho a entender cosas que no conocía, nunca había visto”, cuenta Karen mientras está rodeada de personas que no saben su historia completa. 

*Nombre cambiado por razones de seguridad. 

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